Esta sugerente expresión de Ignacio está como escondida en la descripción de la tercera causa principal por la que a
veces –en los EE y en la vida- nos hallamos desolados y descubramos por la
experiencia que el estar consolados es
un don gratuito de Dios y por tanto que nunca nos lo debemos atribuir a nosotros
colgándolo del nido ajeno de nuestra soberbia y vanagloria o de nuestra propia
devoción.
Y si es en el contexto de los Ejercicios donde adquiere su
significado propio, también se puede ampliar el horizonte del mismo a otros
aspectos de la vida que muy bien pueden ser iluminados por esta sencilla
expresión.
Uno de ellos, y tal vez el más importante, podría ser el
analizar la tendencia fácilmente incubada en el ser humano de referirse a sí
mismo como a un “yo” –o “ego”- casi absoluto, de no tener más punto de
referencia que su propio yo (hacerse de sí mismo su propio nido) sin caer en la
cuenta que la vida de cada uno está en
manos de otras muchas vidas sin las cuales no podría sostenerse, por más que
quiera aparentar que se ha construido a
sí mismo, que ha salido de una y mil dificultades por sus propios puños, o que,
como se oye con tanta frecuencia, “yo no debo nada a nadie”. Todo deja entrever, un cierto tufillo a
soberbia y vana gloria (en expresión de Ignacio) que solo produce un bienestar
o un buen ser aparentes mientras se pueda mantener en ese pedestal construido
sobre sí mismo. Todo suena a triunfo, a satisfacciones que producen ese modo de
concebir la vida pero que suelen generar
la desagradable sorpresa de la tristeza y de la desolación cuya dinámica
consiste precisamente en destruir o
derribar a un yo excesivamente encumbrado.
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