23 marzo 2015

Y porque en cosa ajena no pongamos NIDO

Esta sugerente expresión de Ignacio está como escondida en la descripción de la tercera causa principal por la que a veces –en los EE y en la vida- nos hallamos desolados y descubramos por la experiencia  que el estar consolados es un don gratuito de Dios y por tanto que nunca nos lo debemos atribuir a nosotros colgándolo del nido ajeno de nuestra soberbia y vanagloria o de nuestra propia devoción.
Y si es en el contexto de los Ejercicios donde adquiere su significado propio, también se puede ampliar el horizonte del mismo a otros aspectos de la vida que muy bien pueden ser iluminados por esta sencilla expresión.
Uno de ellos, y tal vez el más importante, podría ser el analizar la tendencia fácilmente incubada en el ser humano de referirse a sí mismo como a un “yo” –o “ego”- casi absoluto, de no tener más punto de referencia que su propio yo (hacerse de sí mismo su propio nido) sin caer en la cuenta que la vida de cada uno  está en manos de otras muchas vidas sin las cuales no podría sostenerse, por más que quiera aparentar  que se ha construido a sí mismo, que ha salido de una y mil dificultades por sus propios puños, o que, como se oye con tanta frecuencia, “yo no debo nada a nadie”.  Todo deja entrever, un cierto tufillo a soberbia y vana gloria (en expresión de Ignacio) que solo produce un bienestar o un buen ser aparentes mientras se pueda mantener en ese pedestal construido sobre sí mismo. Todo suena a triunfo, a satisfacciones que producen ese modo de concebir la vida pero que suelen generar  la desagradable sorpresa de la tristeza y de la desolación cuya dinámica consiste precisamente  en destruir o derribar a un yo excesivamente encumbrado.

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