Pablo Pineda se pasea por la vida sin complejos.
Lleva en su maleta un estuche de simpatía, un neceser de espontaneidad y
un botiquín de optimismo. Charlar con este malagueño de 40 años es como
recibir un chute de energía y vitalidad.
Pablo Pineda no tiene pelos en la lengua. Tampoco le da miedo llamar a
las cosas por su nombre. Tiene síndrome de Down y lo dice alto y claro
sin eufemismos, disfraces, ni medias palabras: "No hay que acomplejarse
de nada. Tengo síndrome de Down y a mucha honra. Estoy contento con lo que soy. Es importante que estemos orgullosos de lo que somos. No tenemos que compararnos con nadie".
Recién llegado a Madrid en el AVE desde su Málaga natal, Pineda
conversa animadamente en el taxi y salpica la charla con bromas y
carcajadas. Ha derribado muchas barreras a lo largo de
su vida. Tuvo que luchar para estudiar en una escuela pública, siguió
peleando para continuar cursando Bachillerato y volvió a batallar para
poder matricularse en una universidad.
Por Ana del Barrio
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