Llegamos al final del camino que nos conduce a la Pascua. Durante
estos 40 días hemos experimentado cómo el encuentro con Jesús nos
transforma y nos abre a dimensiones insospechadas de amor, de servicio,
de entrega, de compromiso por la justicia, de solidaridad, etc. Para
ello, con la ayuda de Dios y de la comunidad que nos interpela y nos
llama a la conversión, hemos abierto grandes espacios en nuestro corazón
para que en él renazca y se fortalezca la llamada a ser hombres y
mujeres capaces de vivir a la manera de Jesús y comprometidos con la
construcción del Reino. La Cuaresma que hoy termina, como lo hemos
expresado en otras ocasiones, tenía un objetivo claro: ayudarnos a
volver a Jesús, a crear las condiciones de posibilidad para que,
venciendo a la muerte, inauguremos con Jesús resucitado, el sí
definitivo de Dios por la vida.
La celebración del domingo de Ramos, con el que iniciamos la Semana
Santa y el inicio del camino de la Pascua, me sugiere estas reflexiones:
La entrada triunfal de Jesús. El primer momento de
la celebración nos recuerda la entrada triunfal en Jerusalén. El pueblo,
que ha alimentado de alguna forma la expectativa que Jesús es el Mesías
anunciado por los profetas y el que vendrá a liberar a Israel del yugo
opresor romano, lleno de emoción y entusiasmo alfombra el camino con
ramos de olivo y grita a voz en cuello “hosanna, bendito el que viene en
el nombre del Señor”. Es un signo de reconocimiento y acogida que nace
de la fe sencilla de los hombres y las mujeres que han puesto solo en
Dios su confianza.
Por Javier Castillo sj
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