“Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la ley de
Dios… les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: ¡cese la
represión!” (Homilías, 23-3-1980)[1].
Una semana más tarde era asesinado. ¿Cómo llego monseñor a ser “San
Romero de América”? porque el autor de esta homilía es el mismo Romero
que en la matanza de Tres Calles en la que murieron 6 campesinos
(21-6-1971) escribió al presidente pidiendo justicia pero sin atreverse a
protestar públicamente. Romero no fue un revolucionario, a no ser un
revolucionario del amor fundado en el evangelio. Fue un buen conocedor
de Medellín y de Puebla, como también del CVII y de Santo Tomás y de
Agustín. A todos ellos apela en sus homilías y es en la moral cristiana
más ortodoxa donde ancla sus homilías más incendiarias como la que abre
este post. La que quizás determinó su muerte porque los mando militares
interpretaron que llamaba al motín a las bases militares a quienes
ordenaba desobedecer las órdenes inmorales que mandan matar a campesinos
indefensos.
El nombramiento de Romero, amigo personal del presidente Molina, como
Arzobispo (1977) fue recibido como un jarro de agua fría para el clero
“medillinista” de San Salvador, los que creyeron en esa iglesia por y de
los pobres. No en vano su reputación le precedía; en 1968 se hizo cargo
del semanario archidiocesano al ser destituido su director por elogiar
la opción guerrillera de Camilo Torres y lo convirtió en una publicación
conservadora, en 1972 expulsó a los profesores jesuitas del seminario y
a instancias del gobierno cerró el centro pastoral campesino de los
Naranjos (inspirado en Medellín).
Por José Maria Segura
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