24 marzo 2015

El PUEBLO es MI PROFETA

“Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la ley de Dios… les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: ¡cese la represión!” (Homilías, 23-3-1980)[1]. Una semana más tarde era asesinado. ¿Cómo llego monseñor a ser “San Romero de América”? porque el autor de esta homilía es el mismo Romero que en la matanza de Tres Calles en la que murieron 6 campesinos (21-6-1971) escribió al presidente pidiendo justicia pero sin atreverse a protestar públicamente. Romero no fue un revolucionario, a no ser un revolucionario del amor fundado en el evangelio. Fue un buen conocedor de Medellín y de Puebla, como también del CVII y de Santo Tomás y de Agustín. A todos ellos apela en sus homilías y es en la moral cristiana más ortodoxa donde ancla sus homilías más incendiarias como la que abre este post. La que quizás determinó su muerte porque los mando militares interpretaron que llamaba al motín a las bases militares a quienes ordenaba desobedecer las órdenes inmorales que mandan matar a campesinos indefensos.
El nombramiento de Romero, amigo personal del presidente Molina, como Arzobispo (1977) fue recibido como un jarro de agua fría para el clero “medillinista” de San Salvador, los que creyeron en esa iglesia por y de los pobres. No en vano su reputación le precedía; en 1968 se hizo cargo del semanario archidiocesano al ser destituido su director por elogiar la opción guerrillera de Camilo Torres y lo convirtió en una publicación conservadora, en 1972 expulsó a los profesores jesuitas del seminario y a instancias del gobierno cerró el centro pastoral campesino de los Naranjos (inspirado en Medellín).
Por José Maria Segura

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