Un porcentaje significativo de las consultas de una médica de familia
tienen que ver con la crisis del cuidar: personas con malestares o
dolencias leves que encontrándose mal, se sienten necesitadas de los
cuidados de los que no disponen al hacerse patente su fragilidad y su
contingencia; hombre y mujeres que no tienen a quién contar su ruptura
sentimental, o con quién compartir su dificultad para manejar una crisis
vital o de pareja, o el dolor por el fallecimiento de un ser querido, o
la sobrecarga que soportan con la dependencia de un familiar. A los
trabajadores sanitarios en principio nos gusta cuidar, pero esta crisis
de los cuidados afecta también de lleno a nuestras profesiones,
deslumbrados como estamos por el poder y la comodidad de la tecnología,
frente a la implicación personal.
Cuidar es escuchar, preguntar, tratar con ternura, sonreír, hacer
partícipe de alegrías y penas, lavar, dar de comer, llevar a pasear,
llamar, visitar, reconocer el sufrimiento, acogerlo, ayudar a
dimensionarlo, acompañarlo, tocar, estar, acariciar, callar, permanecer,
abrazar, besar, respetar los ritmos, irse en el momento adecuado. Ninguna
de estas cosas requiere formación ni el uso de tecnología avanzada.
Muchas de estas acciones sólo las puede realizar alguien afectivamente
cercano. Además resultan más gratificantes y terapéuticas si se hacen
desde el afecto gratuito. Necesitamos cuidados cuando sufrimos, pero
también en lo cotidiano. De ahí que mucho dolor del cuerpo y del alma
venga de la falta de cuidados.
Por Nani Vall-llossera
Iustración de Luis S. Parejo
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