Dinero, fama, títulos académicos, éxito en el deporte... las ambiciones de Francisco Javier (Navarra,
1506-1552) no son muy distintas de las que encontramos hoy por la
calle. En París, un compañero estudiante lo desarmó: “Javier, ¿de qué le
aprovechará al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma?”(Mc
8,36). Así Ignacio de Loyola despertó a un gigante: ni lenguas, ni
países, ni peligros, frenaron el celo apostólico de Francisco Javier
para llevar a Jesucristo hasta el extremo conocido, siguiendo aquella
máxima: «Id, inflamad todas las cosas».
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