El último martes de septiembre del año 1976 se desató la alerta en el
laboratorio de Microbiología de Antwerp (Bélgica). Varias monjas belgas
habían muerto de una desconocida enfermedad en Zaire y en un paquete
llegaban las muestras de sangre, contenidas en un termo brillante y
azul. Un microbiólogo novato llamado Peter Piot participó con otros dos
compañeros de laboratorio en la apertura de la misteriosa botella. Sin
guantes ni máscaras de protección, en un acto «increíblemente
peligroso».
Treinta y ocho años después, con 65 a sus espaldas, Peter Piot
recuerda como si fuera ayer el momento de su primer e insospechado
contacto con lo que luego se llamaría el ébola (tomando aleatoriamente
el nombre de un río que pasaba cerca de la aldea zaireña de Yambuku). El
microbiólogo belga revive aquel encuentro en un apasionante libro, No
time to lose (Sin tiempo que perder), que se lee como un auténtico
thriller y que deja paso a la inesperada secuela vivida en 2014 por
cuenta del enemigo del año.
Por Carlos Fresneda
Foto de Carlos García Pozo
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