Era muy temprano, aunque ya había amanecido hacía un rato. Recuerdo que era jueves. De repente, la emisora que estaba escuchando interrumpió su programación para ofrecer un boletín informativo urgente: en la Universidad Centroamericana de San Salvador habían aparecido los cadáveres de varios jesuitas. “¡Dios mío!”, pensé. Y, como un relámpago, el nombre de Ignacio Ellacuría. Las noticias, de momento, eran confusas. No se sabía ni quiénes ni cuántos eran los muertos.
Yo estaba fuera. Intenté ponerme en contacto con algún compañero jesuita, pero me costó más de una hora. Las comunicaciones no eran fáciles en aquellos momentos. Mientras tanto, la radio seguía dando noticias con cuentagotas. Pronto se supo que uno de los jesuitas era Ellacuría. Pero fueron apareciendo otros nombres: Segundo Montes, Ignacio Martín-Baró, Juan Ramón Moreno, Amando López, Joaquín López. “¡Dios mío!”. ¿No iba a acabar la lista? ¿Los han matado a todos? Para intentar entender esta locura, tenemos que retroceder en el tiempo. Ya desde mediados de los años 70 del siglo pasado, los jesuitas de El Salvador venían siendo blanco de ataques cada vez más furibundos por parte de los sectores poderosos del país. Primero, fueron ataques verbales, insultos y amenazas. Después, intentos de juicios y expulsiones. Y muy pronto, asesinatos.
Por Pedro Armada sj
No hay comentarios:
Publicar un comentario