Unos excursionistas están disfrutando de una jornada plácida. De
repente, estalla el suelo. Un volcán dormido revive sin previo aviso −o
al menos sin nada que no sea habitual−. El cielo se cubre de una nube
gris de ceniza que se acerca y deja sepultadas vidas, sueños y memorias.
Uno podría intentar novelar la escena, aunque es difícil −y quizás
excesivo e impúdico− imaginar los sentimientos, la angustia, la
inseguridad y el vértigo que, de golpe, se apodera de esas personas que
huyen despavoridas.
Por J.M. Rodríguez Olaizola
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