23 abril 2013

Desinstalando


Hace tiempo un maestro, muy querido por mí, me insistía en la necesidad de vivir en cierto modo desinstalados, sin excesivas amarras ni aprietos. Lo planteaba como requisito casi indispensable para la libertad, para la confianza. La lucha se debía librar entonces contra las seguridades y las certezas, para así moverse en un campo abierto en el que emprender el combate. Le gustaban las metáforas bélicas. En aquella época, no tan lejana, ya disfrutaba en discutir lo que decía. Porque por un lado me parece una estúpida quimera, una fantasía anodina y sin sentido ni sustancia la de plantear la vida abierta de semejante modo. Creo que su gran problema era cómo comprendía aquello de “negarse a uno mismo”, y el lugar que ocupaba el deseo como incómodo acicate del alma. Prefiero, decía entonces y escojo ahora, ver la libertad como la posibildad humana de atraparme, de cerrarme, de escoger y, por tanto, querer algo con especial ahínco, como condicionamiento propio, como la voluntad decidida por “influirme a mí mismo”. Cansado estoy de quienes plantean lo contrario y se hacen sus cuentas propias y manejan sus propias estadísticas mentales y baremos con intención de calcular lo incalculable, en lugar de disfrutar lo disfrutable. Los posibles no están para ser pensados, sino actuados.

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