Por Elena Andrés Suárez
Aún no he tenido la oportunidad de ver "lo imposible", todo el mundo dice maravillas de ella, pero sí que me ha hecho pensar su título y me ha llevado a hacerme preguntas cada vez que veo el cartel con semejante rotundidad de título.

Sí, definitivamente elijo centrarme en lo posible.
Decir imposible echa la llave a la puerta antes de que ésta haya podido siquiera entornarse. Pero hay "otro imposible" del que sí vale la pena hablar, por el que sí vale la pena arriesgarse, preguntarse, trabajar.
"Yo he preferido hablar de lo imposible, porque de lo posible se sabe demasiado", es la frase de una de las canciones de Silvio Rodriguez.
Hay "posibles" que son pura pragmaticidad desnuda de poesía y sueños, "posibles" que disfrazan la hermosa y necesaria utopía de absurda quimera. Esos "posibles" nos apartan de la necesaria capacidad de ver más allá, de imaginar alternativas para todo aquello que no nos satisface, que no nos hace mejores como individuos y sociedades.
Hoy, en este momento, abundan demasiados "posibles" chatos y mediocres, nos faltan "imposibles" retadores y alternativos.
"Para Dios nada es imposible", dice el ángel a María. Quizá porque para el Amor todo es posible. Amar es la condición de posibilidad, ¿no dijo San agustín "ama y haz lo que quieras"? Cuando se ama se vive amando, se vive por amor y para amar. La calidad del amor será el principio y límite de lo posible y lo imposible: posible perdonar sin límite cuando se ama, imposible perdonar cuando no se ama. Posible acoger el dolor pacíficamente cuando se ama, imposible hacerlo cuando no se ama. Posible descubrir soluciones cuando se ama, imposible hacerlo cuando no se ama.
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