09 mayo 2009

El EXAMEN IGNACIANO. REVISIÓN y EQUILIBRIO PERSONAL

Una de las acepciones de la palabra latina examen es la del fiel de la balanza, esa aguja que indica la posición de equilibrio o descompensación entre sus dos platillos, cuando se quiere averiguar el peso de lo que hay en ellos. Igualmente, tanto en el español contemporáneo como en otras lenguas modernas, “examen” alude a un reconocimiento y estudio más o menos minucioso que se hace de una cosa o un hecho. Los dos significados tienen que ver con el ejercicio espiritual del examen de conciencia, y, más aún, el segundo –la revisión de una realidad- está en función del primero, el equilibrio. Este equilibrio nos va a servir de hilo conductor al presentar esta modalidad de oración ignaciana. Tras una primera aclaración de términos y conceptos, nos preguntaremos por la situación actual de esta práctica, veremos después qué pretende san Ignacio con ella y terminaremos proponiendo modos de usarla.

1. Actualidad y dificultades del examen
En el libro de los Ejercicios, “examen” y “examinar” se refieren casi siempre al examen de conciencia, tanto el examen particular [18,19,24-31,90,160,207] como el general [18,19,32-43]. El examen aparece vinculado a la confesión sacramental de los pecados, pero también a defectos [90], ejercicios y adiciones [207]. En toda la experiencia de Ejercicios –especialmente en los treinta días– constituye una práctica medular al servicio de quien busca y quiere cumplir la voluntad de Dios sobre su vida, conociendo cómo habla Dios y cómo se puede vivir de acuerdo con ello. Por lo tanto, eligiendo bien los pasos que se van a dar y el camino que se desea recorrer. La oración, el discernimiento y la elección son, pues, realidades que tienen mucho que ver con el examen. Antes de describir el examen ignaciano, consideremos, con una perspectiva más amplia, qué ocurre en nuestros tiempos con su ejercicio y cómo se entiende la actitud de examen.
Por Pascual Cebollada sj
Publicado en la Revista Manresa

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