24 febrero 2009

PERPLEJIDADES de una CONSUMIDORA VIRTUAL



Últimamente algunos anuncios me dejan confusa y, a falta de otros alicientes en la cuesta de enero, estoy tratando de averiguar los motivos. Me pregunto, por ejemplo, si será porque otorgo una oportunidad inicial de atención a sus eslóganes y es tal su poderío que, a la larga, me perjudica. “Lo importante está en el interior”, leo otorgando mi asentimiento a tan sabia afirmación, pero en letra más pequeña me informan enseguida (el que avisa no es traidor), de que esa ansiada interioridad reside en un microprocesador y mi interés decae. Otras veces veo que los publicistas no se toman ningún trabajo en despejar las dudas razonables que pueden surgir en la compradora virtual que soy. Por ejemplo, la marca de televisores que me promete “Un amigo en quien confiar”, no precisa si, caso de comprar su marca, ese amigo deseado llegará a mi vida a través de la persona interpuesta del fabricante, del vendedor que me lo coloca, del técnico que me lo instala o del aparato propiamente dicho, en cuyo caso queda en suspenso cómo tengo que proceder para convertir el chisme en receptor de mis problemas o en instancia susceptible de hacerme un favor. Quizá lo expliquen en el libro de instrucciones, pero hace años que he desistido de buscar información en alguno de esos manuales por incompatibilidad de lenguajes.

”Hasta que no lo tengas no sabrás lo útil que es tener la televisión en el móvil”: en principio me siento un poco reacia a abrirme a esa posible utilidad dadas mis circunstancias visuales: para leer los mensajes del móvil necesito las gafas de cerca y en cambio para la TV uso las de lejos y el anuncio no especifica si en la compra van incluidas unas progresivas. En último caso, podría arreglarme con unas bifocales, pero el problema es más de fondo: me piden que dé un salto en el vacío comprando el móvil televidente sin haber comprobado su utilidad y sin saber si voy a conseguir distinguir en la pantallita a Iñaki Gabilondo de Alfredo Urdaci, por poner un ejemplo.

Por Dolores Aleixandre

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